4/07/2011

Padres Primerizos

No voy a caer en el clásico cliché de que ser padre es lo mejor de la vida, que lloro por los pasillos cuando la veo, que no me importa nada más que mi hija y esas cosas. ¡NO! Pero si debo decir que es una de las etapas que ojalá todo ser humano que pise esta bendita tierra debe experimentar, ya que dentro de la pareja la situación se vive de distinta manera. En el caso de la mujer es lógico que tienen una conexión mayor, ellas son las responsables del 80% del crecimiento y desarrollo del bebé desde su gestación en adelante. Un 10% de la responsabilidad la tienen los bebitos y el resto los padres. Pero, ¿qué nos queda a nosotros? La no menospreciable tarea de ayudar a la madre. Si, porque finalmente ellas necesitan de nuestra ayuda y nosotros no podemos negarnos, aunque andemos cagados de sueño a levantarnos a preparar la mamadera, o cambiar el pañal lleno de caquita y limpiarle el potito mientras tu pequeño/a te mira con cara de circunstancia, como diciendo: "Papi, no olvides que si no me limpias bien, se me coce el potito". También andas saltón por la vida. Un ruido raro y vas a verla, un grito y corres, en la noche te levantas y la molestas para saber si respira y así suma y sigue. Sin contar con las llamadas en horarios inoportunos al pediatra para preguntarle algo y te dejan con la sensación de que estás preguntando una webada. Sin contar con que todos se ponen a opinar. Tus viejos, tus suegros, todos creen tener la receta mágica para criarlos y uno se estresa por la cantidad de información, más lo que dice la gente, el pequeño/a llorando... ¡COLAPSO! En fin, la única recompensa que queda después de este caos- que traté de resumir para no dar la lata- es ver como cada día ese espermatozoide y ese óvulo combinados, que estuvo multiplicándose millones de veces hasta formar una personita durante nueve meses, sigue creciendo fuerte, sana y feliz a pesar de su fragilidad inicial. Y a pesar de que posiblemente seguirá creciendo hasta ser un hombre o mujer desarrollado, nunca te vas a olvidar de sus primeros instantes de vida y que será la primera postal que guardas en tu memoria y eso lleva inexorablemente a creer que los hijos nunca dejarán de ser bebés aunque cumplan 100 años.