1/04/2009

Permanente

De acuerdo con la Real Academia de la Lengua, lo permanente es algo duradero por un largo tiempo, pero no para siempre, sino sería eterno. Con esa reflexión me levanté esta mañana, que hace rato que tengo cosas duraderas, pero no eternas.

Entre la ducha, el desayuno y el tormentoso recorrido por el metro me puse a pensar que cosas tenía que serían eternas… el cariño de mi familia, de los parientes muertos que cada vez que son recordados como que muestran más su cariño… pero ¿algo más?

A pesar de que eso es importante, quizás no es suficiente- y siendo egoísta- porque al final nada es eterno, todo tiene un nivel de caducidad, su fecha de vencimiento. Mientras llegaba a esa conclusión, me llegó un mensaje tuyo, la chica de la disco. No recuerdo en que minuto te pasé mi e-mail, pero me encantó que me contactara. Por eso le propuse que nos juntáramos a tomarnos algo.

A eso del medio día me dijiste que sí y tras intercambiar celulares decidimos ir a un pub en Providencia a eso de las 8 de la tarde. Durante el día- mientras trabajaba- pensaba en esa noche en que tu y yo nos vimos por primera vez, y comencé a recordar un par de cosas que conversamos y en eso mi neurona retroactiva me mostró esa imagen en que nos intercambiamos casillas de correos electrónicos y me dijiste: “Pronto nos volveremos a ver”.

Increíblemente esbocé una sonrisa que no se me quitó durante todo el día. Todos me preguntaban que pasaba y yo les respondía “nada, solo dormí bien anoche”. Las horas pasaban lento y esperaba que- al igual que Pedro Picapiedra- sonara el timbre de salida y volar al departamento, ducharme y cambiarme ropa, de manera de estar presentable.

Metro Manuel Montt, 19:50 horas y como siempre estoy más temprano de la hora acordada. No pasaron ni 5 minutos y llegaste, con una polera blanca ajustada al cuerpo y unos jeans que solo armonizaban tu figura. Yo, embobado, sólo atiné a saludarte con un beso entre las mejillas y las comisuras de tus labios, sumado a un apretado abrazo. Por lo visto no te negaste.

Fuimos al Liguria y mientras tomamos unos tragos comenzamos a conversar, nunca supimos si el local estaba lleno o vacío, si había música o no, tenía la vista fija en tus ojos y tus labios. Con unas ganas locas de besarte.

Sin darnos cuenta, y entre trago y trago nos dieron las 12 de la noche. Tú vivías lejos y lo más cercano era mi departamento. Te ofrecí quedarte esa noche en mis aposentos, donde te ofrecía mi cama y yo dormía en el sillón, total no tenía otras intenciones.

Pero me agarraste del cuello, me diste un beso suave y lento en la boca, me abrazaste y susurraste al oído: “tonto, no quiero dormir sola”. En eso comprendí que la sonrisa que fue permanente durante el día, podría ser eterna durante esa noche.